La Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, adoptada hace 30 años, ha contribuido a una transformación de proporciones históricas. En casi todos los indicadores, la calidad de vida de los niños y las niñas es por lo general mucho mejor hoy que hace 30 años. Hoy reciben vacunas, se alimentan de manera sana, viven en condiciones seguras y van a la escuela centenares de millones de niños y niñas más que entonces. Las leyes y las políticas reconocen los derechos de la infancia de un modo sin precedentes.
Pero no es momento de celebraciones. En los barrios marginados, las zonas de conflicto, los centros de inmigrantes y las aldeas remotas hay millones de niños y niñas cuyas vidas no han mejorado. Tienen hambre, están enfermos y no tienen acceso a la educación. Muchos sufren violencia, abusos, explotación o descuido. A menudo esto se debe a la discriminación de la que son objeto por su raza, casta o religión, identidad de género (especialmente hacia las niñas), orientación sexual o por tener alguna discapacidad. Son los niños y las niñas que se han dejado atrás. Su situación supone un incumplimiento grave de las promesas que se hicieron a los niños y las niñas en 1989.